¡Oh, tú, perdido dios!
Para Rilke la misión del poeta estriba en arrancar a los hombres del estado de dispersión en que se encuentran y obligarles a dar testimonio de sí mismos, de alejarlos del ruido de una existencia en desmoronamiento, creando en torno a ellos una quietud mediante la cual puedan hallar de nuevo la autenticidad de su ser. Nunca lamento tanto lo poco para lo que me sirve mi ascendiente teutónico como cuando tengo entre las manos un ejemplar de Los sonetos a Orfeo (1922) y debo conformarme con la traducción al castellano..., por muy buena que ésta sea. Siempre tengo la sensación de que me están engañando, que ahí, en el texto alemán, hay algo que me ocultan, la música de un verso hostigado y desvanecido, cuya existencia no posee, en sentido estricto, una permanencia en el tiempo, igual que "la copa vibrante que al sonar se quiebra" (O. C., III, pag. 356).
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