
Cuando Chesterton cedía su asiento en el autobús, hacía felices a tres mujeres. Leyendo sus ensayos y novelas uno tiene la sensación de que este hombre desplazaba por el mundo su humanidad igual que otros descorchan una botella de vino, como una mera excusa para empezar una buena discusión. Aunque ésta sea una vulgar
leptopimelomaquia (esto es, una pelea de gordos y flacos). Y es que, si a partir de cierta edad no elevamos a la categoría de batalla
moral cuestiones de ese tipo, no sé de qué demonios merecerá la pena hablar. Porque discutir con la esposa es gratis y no puntúa..., y con los demás es mejor hacerlo sobre libros, de los cuales malo es alimentarse en exclusividad, pero peor es privarse, so pretexto de componer una
bella figura.
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